martes, 23 de agosto de 2016

Jóvenes y conducta antisocial.

 Se denomina conducta antisocial a toda vulneración de las normas sociales, en este caso por parte de adolescentes y jóvenes. La conducta antisocial se refiere a hechos muy dispares que implican un desajuste con las normas sociales y/o legales o dañan a los demás (Romero et al., 1998). Estos hechos incluyen desde mentiras, conductas agresivas (peleas o gamberradas), hasta actos delictivos o el consumo de drogas.

Tradicionalmente, se tendía a estudiar esas conductas de forma aislada e incluso se desarrollaban teorías explicativas diferentes para cada una de ellas. Sin embargo, la investigación ha puesto de manifiesto que existe una significativa interrelación entre las distintas conductas antisociales y que se da un alto grado de coocurrencia de las mismas en un mismo sujeto (Huizinga y Jakob-Chien, 1998). Además, las mismas variables influyen en la aparición de distintas conductas antisociales y se ha comprobado que conductas leves acompañan y/o preceden a conductas antisociales más graves; de hecho, algunos de esos comportamientos problemáticos permiten predecir un posterior comportamiento delictivo. Asimismo, las conductas antisociales están íntimamente relacionadas con ciertos desórdenes de conducta que aparecen en la infancia y adolescencia (Kazdin, 1988), con las conductas de riesgo (algunas conductas como el consumo de drogas, conducir bebido, no usar casco, etc. forman parte de ambas categorías conductuales) y con el riesgo de ser víctima (Huizinga y Jakob-Chien, 1998).

La Criminología contemporánea afronta el estudio de la conducta antisocial y violenta desde una perspectiva evolutiva, de cambio a lo largo del desarrollo, que ha permitido saber que el comportamiento antisocial y violento no es un comportamiento que aparece de repente y se mantiene invariable a lo largo de la vida del sujeto. Bien al contrario, el inicio en ese tipo de conductas en un joven guarda relación con su comportamiento durante la infancia y con el que va a manifestar posteriormente, durante la edad adulta. Así, quienes han sido etiquetados en su infancia como “problemáticos” tienen más probabilidad de ser adolescentes violentos y, posteriormente, adultos antisociales1 (Loeber y Sthouthamer-Loeber, 1998).

Sin embargo, se sabe que la edad es un importante correlato de la conducta antisocial y/o violenta y que la mayoría de quienes cometen actos de este tipo lo hacen durante la adolescencia y los abandonan a medida que avanzan hacia la madurez (Elliot, 1994; Warr, 1998). También se ha comprobado que, aunque la conducta antisocial más grave se mantenga estable, las manifestaciones de la misma varían a medida que el sujeto va evolucionando. La relación entre conducta antisocial, sea o no violenta, y edad ha llevado a los autores a defender la idea de que experimentar con ciertas conductas antisociales o de riesgo, en función de la edad, es, desde el punto de vista estadístico, parte del desarrollo normal (Kazdin, 1987; Moffitt, 1993). Aunque la violencia en general no es uno de los temas que más preocupan a los españoles (CIS, 2001), en torno a la violencia juvenil se ha ido creando una cierta alarma social asociada a dos creencias ampliamente extendidas: que cada vez hay más jóvenes violentos y que sus conductas violentas son también más dañinas.


Esta percepción de un incremento, cuantitativo y cualitativo, de la violencia juvenil se tiene en el conjunto de los países occidentales; sin embargo no existen datos que permitan concluir que este incremento es real. A nivel internacional, aunque algunos datos oficiales sí muestran un aumento en las tasas de delitos violentos entre los jóvenes, estudios más profundos basados tanto en datos oficiales como en autoinformes, confirman esa tendencia cuando se toman como referencia los últimos 50 años (Rutter et al., 2000), no cuando se habla de la última década (Surgeon General, 2000), incluso en ciertos países occidentales se está detectando un descenso de este problema. Hay que tener en cuenta a este respecto, que los datos fiables sobre delincuencia en general, y sobre violencia en particular, son muy recientes, lo que dificulta en gran medida estudiar los cambios en la violencia juvenil. Por otra parte, comparar distintas épocas atendiendo sólo a ciertas cifras no parece ni adecuado ni válido.






Otros elementos sociales y demográficos que contribuyen a esta percepción de un incremento de la conducta antisocial juvenil son la ampliación de la adolescencia y juventud y los cambios en algunos patrones de socialización. Así, con la aparición de una nueva etapa evolutiva, la adolescencia, y el alargamiento de la juventud, varias generaciones están compartiendo las conductas y estilos de vida propios de los jóvenes, entre los que se incluyen las conductas antisociales y transgresoras. Por lo que se refiere a los cambios en la socialización, existe la creencia de que las agencias socializadoras se han desinstitucionalizado, que han perdido autoridad moral (ver Gil, 1998) y no son capaces de educar a los menores en el respeto a las normas y la aceptación de deberes. Existe aún otro mito sobre la violencia juvenil en nuestro país: que ésta es una violencia nueva, distinta de las conocidas hasta ahora. Si bien aparecen ciertos aspectos novedosos, como vamos a ver, en conjunto parece que es la misma “nueva” violencia protagonizada por jóvenes en las últimas décadas.







Juventud de El Salvador.

En El Salvador, como en cualquier parte del mundo, el contexto que envuelve a la familia como base fundamental de la sociedad que es, resulta relevante para poder describir los perfiles de los jóvenes en la sociedad, tales como: el nivel educativo  familiar, capacidad económica, infraestructura física de la vivienda y el nivel de organización familiar.

La población de El Salvador es de 6,288,899 habitantes ( 2013 ).
El área metropolitana de San Salvador tiene una población de 2,290,790 habitantes, que es cerca del 37% de la población total. Aproximadamente el 35% de la población salvadoreña vive en zonas rurales. El ente oficial encargado de los registros y estudios demográficos es la Dirección General de Estadísticas y Censos (DIGESTYC) del Ministerio de Economía.

                        Crecimiento poblacional de El Salvador entre los años 1961-2003.





La exclusión de los jóvenes con respecto al sistema educativo depende de razones económicas y laborales en su grupo familiar, concentrándose sobre todo en los jóvenes de 13 a 18 años. Ellos conforman una fuerza laboral de importancia en la nación y para ellos la escuela es un sitio estratégico de integración social que muchos no logran alcanzar.Teniendo que formar parte del porcentaje de trabajo infantil, considerado como mecanismo de exclusión primario.


Identidad en los jóvenes.

¿Qué es identidad?
El concepto identidad es definido por la Real academia COMO: “El conjunto de rasgos de un individuo o de una colectividad.

Vínculos que permite establecer deferencias entre sí mismo y el otro:
·         La autonomía emocional
·         La autonomía conducta
·         La autonomía de valores morales.
Algunas conductas que indican la existencia de un pensamiento egocéntrico son:
·         Tendencia por hallar fallas en las figuras de autoridad
·         Tendencia a creer que todo el mundo habla de ellos
·         Tendencia a correr riesgos innecesarios.


¿Que afecta la búsqueda de la identidad de los jóvenesEl proceso de la búsqueda de la identidad en los jóvenes se puede ver afectado por diversos motivos como: problemas emocionales, sexuales, conductuales, escolares, drogas y alcohol, la jefatura en el hogar y problemas económicos.


La identidad, definida principalmente desde la Psicología, se comprende como aquel núcleo del cual se conforma el yo. Se trata de un núcleo fijo y coherente que junto a la razón le permiten al ser humano interactuar con otros individuos presentes en el medio.

La formación de la identidad es un proceso que comienza a configurarse a partir de ciertas condiciones propias de la persona, presentes desde el momento de su nacimiento, junto a ciertos hechos y experiencias básicas. A partir de lo anterior, la identidad se forma otorgándonos una imagen compleja sobre nosotros mismos, la que nos permite actuar en forma coherente según lo que pensamos.

Según algunos autores, la identidad se comporta como algo relativo, como un núcleo plástico capaz de modificarse a lo largo de la vida y el desarrollo, lo que permitiría al ser humano tener la capacidad de comportarse de formas diferentes según el contexto en el que deba actuar.









Violencia intrafamiliar.

La violencia doméstica o violencia intrafamiliar es un concepto utilizado para referirse a la violencia ejercida en el terreno de la convivencia familiar o asimilada, por parte de uno de los miembros contra otros, contra alguno de los demás o contra todos ellos. Comprende todos aquellos actos violentos, desde el empleo de la fuerza física, hasta el hostigamiento, acoso o la intimidación, que se producen en el seno de un hogar y que perpetra, por lo menos, un miembro de la familia contra algún otro familiar. Él término incluye una amplia variedad de fenómenos, entre los que se encuentran algunos componentes de la violencia contra las mujeres, violencia contra el hombre, maltrato infantil, violencia filio-parental y abuso de ancianos.
















La violencia familiar incluye toda violencia ejercida por uno o varios miembros de la familia contra otro u otros miembros de la familia. La violencia contra la infancia, la violencia contra la mujer y la violencia contra las personas dependientes y los ancianos son las violencias más frecuentes en el ámbito de la familia. No siempre se ejerce por el más fuerte física o económicamente dentro de la familia, siendo en ocasiones razones psicológicas (véase síndrome de Estocolmo) las que impiden a la víctima defenderse.

Estudios realizados encontraron que en hogares donde existe maltrato o violencia psicológica o cualquier otro tipo de violencia, los hijos son 15 veces más propensos a manifestar algún tipo de maltrato en su etapa adulta.

La violencia psicológica es la forma de agresión en la que la mayoría de los países las afectadas van a quejarse y casi nunca toman acción en cuanto a dicho tipo de violencia, ya que en este caso se unen la falta de opciones legales de denuncia y protección frente a esta forma de violencia.

Las señales de violencia son más fácil de ocultar si es emocional, pues las mujeres no aceptan el maltrato de forma “pasiva”; según los estudios realizados que la mayoría de las mujeres maltratadas no lo aceptaron y que se resistieron a él. Estas acciones de defensa hicieron que la violencia psicológica se viera como una agresión mutua y algunas instituciones la catalogaron como un conflicto de pareja. Sin embargo, de los estudios realizados en Honduras solo dos de las mujeres entrevistadas aceptaron que eran agredidas emocionalmente, antes de ser maltratadas físicamente. Gracias a diferentes campañas públicas y con el conocimiento de programas estatales las mujeres tuvieron más claridad acerca de la agresión psicológica que experimentaron.

Las mujeres que no reconocen como agresión la violencia psicológica no significan que no vean esta forma de violencia como algo que las dañe o las deshaga o como algo indeseable. De hecho si lo ven y son estos episodios de maltrato emocional lo que más las mueve a hablar de sus malestares con personas de confianza así como familiares, amigos o personas de las iglesias y es aquí donde tratan de librarse de esas formas de agresión.
Se podría definir la violencia familiar como toda acción u omisión cometida en el seno de la familia por uno de sus miembros, que menoscaba la vida o la integridad física, o psicológica, o incluso la libertad de otro de sus miembros, y que causa un serio daño al desarrollo de su personalidad.


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Los derechos de la familia.

El derecho de familia o derecho familiar es el conjunto de normas e instituciones jurídicas que regulan las relaciones personales y /patrimoniales de los miembros que integran la familia, entre sí y respecto de terceros.


                                                         

                                         Características

Contenido moral o ético: esta rama jurídica habitualmente posee normas sin sanción o con sanción reducida y obligaciones (o más propiamente deberes) fundamentalmente incoercibles. Por ello no es posible obtener el cumplimiento forzado de la mayoría de las obligaciones de familia, quedando entregadas al sentido ético o a la costumbre (una importante excepción es el derecho de alimentos).

Regula situaciones o estados personales: es una disciplina de estados civiles (de cónyuge, separado, divorciado, padre, madre, hijo, etc.) que se imponen erga omnes (respecto de todos). Además, dichos estados pueden originar relaciones patrimoniales (derechos familiares patrimoniales), pero con modalidades particulares (diversas de aquellas del derecho civil), pues son consecuencia de tales estados y, por tanto, inseparables de ellos.
Predominio del interés social sobre el individual: esta rama posee un claro predominio del interés social (o familiar) en sustitución del interés individual. Ello genera importantes consecuencias:

Normas de orden público: sus normas son de orden público, es decir, son imperativas e indisponibles. No se deja a la voluntad de las personas la regulación de las relaciones de familia; sin perjuicio que tal voluntad sea insustituible en muchos casos (como en el matrimonio o la adopción), pero solo para dar origen al acto (no para establecer sus efectos).

Reducida autonomía de la voluntad: como consecuencia de lo anterior, el principio de autonomía de la voluntad (base del Derecho civil) tiene una aplicación restringida en estas materias. En general, se prohíbe cualquier estipulación que contravenga sus disposiciones. Un importante excepción la constituyen las normas sobre los regímenes patrimoniales del matrimonio.

Relaciones de familia: en esta disciplina, a diferencia del derecho civil (donde prima el principio de igualdad de partes), origina determinadas relaciones de superioridad y dependencia o derechos-deberes, especialmente entre padres e hijos (como la patria potestad), aunque la mayoría de los derechos de familia tienden a ser recíprocos (como es el caso del matrimonio).